Revolucion Neolitica

El peso de la Evolución en los Humanos parte VII

En las anteriores publicaciones, a las que sería muy conveniente haberse leído antes para poder entender esta publicación, fuimos exponiendo primero como la evolución juega un papel en nuestra vida cotidiana mucho mayor que el que se suele pensar. Después explicamos con todo detalle cómo gracias a estudios del registro fósil, a características exclusivas de nuestra anatomía y a diferentes estudios genéticos, que se puede perfilar una sociedad paleolítica de jerarquía patriarcal, con mayor número de mujeres adultas que varones, con un cierto grado de poligamia, con uniones duraderas entre la mujer y su varón, con implicación del varón en la crianza y el aprendizaje de su descendencia. Ahora intentaré demostrar que la Evolución siguió influyendo mucho en las conductas de las sociedades del Neolítico y la Antigüedad, y como intentamos adaptar los comportamientos innatos a las nuevas circunstancias.

El Neolítico constituyó un auténtico desafío evolutivo, puesto que cambió una sociedad cazadora recolectora, que migraba estacionalmente siguiendo a la caza desde hacía dos millones de años, en una sociedad sedentaria con el pastoreo y la agricultura. Y este cambio es muy, muy reciente desde el punto de vista evolutivo, sobre todo en sociedades no mediterráneas. Esa novedad no ha permitido los cambios genéticos necesarios para adaptar nuestros genes, nuestra arquitectura cerebral o nuestras tendencias innatas a un tipo diferente de vida. Vivimos todavía con las conductas instintivas que nos preparan para una vida de migración y azares, escasez de recursos y competencia feroz por esos recursos. Por ejemplo, nuestro cuerpo nos pide realizar ejercicio, y el sedentarismo es un peligro para nuestra salud. A pesar que la agricultura y la ganadería suelen ofrecer recursos de sobra, persisten las tendencias anteriores, como la competitividad y la solución de conflictos mediante la violencia, el instinto de imponernos por la fuerza a otros grupos y arrebatarles sus recursos.


Desfile en Roma

Las ciudades-estado, las naciones, los imperios y la Historia misma se han construido con la guerra, la conquista, el sometimiento y unas sociedades que se imponían unos a otras. La aparición del uso de los metales o la pólvora no han hecho sino aumentar la intensidad y los estragos de los conflictos. En el siglo XX y XXI esta tendencia a arrebatar por la violencia territorios y recursos no ha amainado ni un ápice. No sabemos cambiar, porque aunque los varones son los que tradicionalmente han ejercido la violencia, las mujeres no solo la han tolerado y normalizado, es que a través de los siglos la han alentado, y en ocasiones la han dirigido desde el trono. Seguimos siendo en el fondo como una tribu paleolítica con los varones conducidos por su líder partiendo a luchar por el territorio de caza, con el sonido de fondo de las mujeres que los despiden y confortan con sus cantos. O como un ejército clásico desfilando al mando de un general entre los vítores y las flores arrojadas por el resto de la ciudad. Con todas las capas que queramos darnos de civilización y rituales, no somos más que un simio violento y jerárquico que sigue sus instintos más primitivos mientras intenta justificarlos con la religión, el nacionalismo o los tratados políticos.

Nuestro comportamiento innato reproductivo no ha tenido tiempo tampoco para adaptarse a los cambios del Neolítico. Las mujeres de esta época y en la antigüedad siguieron siendo muy selectivas en lo que se refiere al sexo, porque así lo dictan dos millones de años de evolución que se han pasado seleccionando con cuidado al macho proveedor y buen padre, y seguían escogiendo preferentemente al varón con más dones posibles. Pero en el Neolítico se igualó la proporción de mujeres y varones, al cesar la lucha incesante por los terrenos de caza estacionales, con un descenso de la mortalidad masculina. Ahora la oferta de varones se había multiplicado, un cambio evidentemente a mejor para ellas, que les permitía conseguir más fácilmente saltos jerárquicos. Las mujeres no son, ni mucho menos, como las hembras de bonobo, que pacifican constantemente al grupo con la práctica de la cópula. Es más, han criticado siempre, como lo haría una buena hembra paleolítica, a cualquier mujer promiscua, usando sobre ella términos peyorativos que no puedo citar aquí.

Respecto a los varones del Neolítico y de la antigüedad, su comportamiento innato hace que para ellos la situación haya empeorado bastante. Ya sabemos que por mucho que aparentemente civilicen a un hombre, en el fondo tendrá las mismas pulsiones y los instintos que un varón paleolítico, porque sus genes, su disposición cerebral y su comportamiento innato son imposible de cambiar en tan poco tiempo. Siguen esperando instintivamente de la vida lo mismo que esperaban en la prehistoria: Poder ser un macho dominante con acceso a muchas hembras. Esto ya no pudo ser así, excepto para los varones de las clases dirigentes, que sí podían acceder al concubinato o a poseer esclavos. El descenso de la mortalidad masculina ha llevado desde el Neolítico a una monogamia forzosa para la gran mayoría de varones menos pudientes, incluso en las sociedades con poligamia.

En la siguiente publicación intentaré demostar cómo afecta muy negativamente el peso de la evolución a nuestra sociedad actual. En la última publicación intentaré descubrir si existe algún medio de librarnos de todas estas conductas agresivas, acaparadoras, competitivas y egoístas que analizaré y que en realidad dictan nuestro día a día.