En publicaciones previas de esta serie, expusimos con todo detalle cómo gracias a estudios del registro fósil, al análisis de detalles específicos de nuestra anatomía y a diferentes estudios genéticos humanos, se perfila una sociedad paleolítica de jerarquía patriarcal, con un macho dominante, con mayor número de mujeres adultas que varones, con un cierto grado de poligamia, con la selección estricta por la mujer de su macho proveedor, para conseguir su implicación en la crianza y el aprendizaje de su descendencia, con una mayor actividad sexual del varón. Y también cómo todos estos comportamientos están dictados por la evolución. Aconsejo encarecidamente repasar las anteriores publicaciones de esta serie para ponerse al día de las premisas que apoyan las afirmaciones que emplearé en esta publicación. En una publicación anterior, describimos como las conductas innatas del paleolítico de arrebatar por la violencia territorios y recursos a otras tribus no amainó ni un ápice en las sociedades Antiguas y del Neolítico. Las ciudades-estado, las naciones y los imperios se han construido por medio de las guerras, la conquista, el sometimiento de los adversarios. Ahora intentaré seguir analizando cómo afecta la evolución a nuestra sociedad actual e intentaré descubrir si existe algún medio de librarnos todas estas conductas innatas agresivas, competitivas y egoístas.
No sé si conseguiremos olvidar la tendencia innata a seguir conductas sociales y reproductivas complejas que ya no tienen cabida en la actualidad. No se si podremos superar la tendencia a la violencia, a arrebatarnos los derechos y los recursos los unos a los otros, a agruparnos frente a los supuestos enemigos, a acaparar poder, a seguir ciegamente a un líder, a sacar ventajas de situaciones injustas y a todas las demás conductas instintivas tan arraigadas. Quizá deberíamos cambiar radicalmente para construir una sociedad más parecida a la de los chimpancés bonobos, donde como expliqué anteriormente, se solucionan los conflictos con sexo inmediato y practicado indiscriminadamente, y donde no hay un macho dominante. Al fin y al cabo, los bonobos son más primitivos que los chimpancés y los humanos, y sería acercarnos a nuestros orígenes, antes de que la evolución decidiera por nosotros que tendríamos más éxito como especie si nos arrebatamos los recursos y los derechos unos a otros y seguíamos protocolos reproductivos estrictos, aunque eso nos hiciera más infelices.
La gente sabe que el amor y el sexo son unos relajantes naturales insuperables. El enamoramiento y la práctica del sexo producen grandes cantidades de endorfinas y también de oxitocina, nos hace irremediablemente más felices, menos egoístas y nos apacigua. Un ser humano feliz, y especialmente un varón satisfecho, es muchísimo menos propenso a la violencia, a los conflictos, a arrebatar recursos o derechos, menos propenso a odiar, a radicalizarse y a competir con otros semejantes o con otros grupos. Y no solo previene los conflictos personales o nacionales, grandes o pequeños. Los médicos encuentran numerosos beneficios para la salud de la sexualidad, entre ellos mejorar el estado físico general, fortalecer los huesos y la musculatura, tiene un efecto analgésico, mejora el sistema inmune, el estado de la piel, la salud vascular, previene la hipertensión y el insomnio, mejora el suelo pélvico y reduce los efectos secundarios de la menopausia, previene el cáncer de próstata, etc. Los psiquiatras saben que una vida sexual satisfactoria mejora la salud mental en su conjunto y la función cognitiva, combate la baja autoestima, la depresión, la ansiedad, reduce el estrés, mejora las psicopatías, alivia las adicciones, la bulimia, la anorexia, el insomnio, el estrés postraumático etc., etc. El viejo lema de haz el amor y no la guerra. Los poetas y los profetas siempre han proclamado que la humanidad solo se puede salvar con el amor. Quizá tengan razón al final.
A esta sociedad idílica y deseable, donde todo el mundo haga el amor en vez de la guerra, no se puede llegar si no cambian todos y cada uno de sus elementos. A los hombres, coincido en que se les debe inculcar que deben renunciar a sus instintos naturales más arraigados, a la violencia, a ser dominantes y posesivos, a competir por el liderazgo y con otros grupos, todo ello por el bien de la sociedad. Ellas también tienen instintos naturales muy arraigados, nada deseables para el bien de la sociedad, que es necesario desterrar con igual empeño que los de los hombres. ¿No se les debería inculcar a las mujeres el ser menos selectivas con el sexo para el bien de la sociedad? Su instinto de practicar sexo solo en circunstancias especiales o con los mejores varones está muy arraigado en ellas, y era necesario para el funcionamiento correcto de la sociedad paleolítica, pero con los enormes cambios poblacionales y culturales, ahora se ha convertido en un auténtico lastre para un mejor funcionamiento de la sociedad.
Y es un auténtico lastre no solo para los varones, sino también para las mujeres mismas. Ellas podrían disfrutar del amor, de la vida y del sexo, pero se inhiben, se alienan también a sí mismas con tabúes antiguos, cuentos de hadas y represión pura y dura. Su lastre evolutivo heredado del paleolítico, esa obsesión innecesaria de practicar el mínimo sexo posible y solo seleccionando mucho con quién, les hace más difícil ser felices a ellas mismas y le hace más difícil ser feliz a la sociedad en su conjunto. No se acabaría así con el matrimonio ni con la familia. Muchos homosexuales también buscan pareja estable, pero mientras la encuentran no se mortifican con la abstinencia, ni son remilgados ni selectivos.
¿No debería haber además de talleres para reeducar a los hombres, talleres para reeducar a las mujeres? ¿No debería haber un cambio de paradigma cultural también para ellas? Está en juego la supervivencia de nuestra especie y todos debemos aportar por igual nuestros esfuerzos en unos tiempos de crisis.