Estamos orgullosos de nuestra especie por haber desarrollado una cultura, una civilización, unos logros tecnológicos. A menudo nos consideramos muy por encima de las demás especies, a las que consideramos primitivas y atadas a sus instintos. Pensamos que nosotros no actuamos de forma instintiva, que hemos superado las ataduras de la evolución y nuestra parte racional y nuestra mente son los dueños absolutos de nuestros actos y comportamientos. Nada más lejos de la realidad. Nuestra conducta instintiva rige la mayoría de nuestro comportamiento y decisiones en cada aspecto de nuestra vida. Solo hemos superpuesto a nuestros actos una leve capa de rituales culturales sobre el fondo de un comportamiento innato dictado por la evolución. Intentaremos razonarlo y demostrarlo.
Pongamos de ejemplo con algo que pasamos por alto habitualmente: La lateralidad, o preferencia por un lado del cuerpo, que se traduce en los humanos por ser diestros o zurdos. Esta lateralidad, que ahorra recursos cerebrales, sucede en todo el reino animal. Pero sólo en los humanos sucede que predomina un tipo de las dos lateralidades posibles: La gran mayoría de los humanos son diestros. La pregunta es ¿por qué se produce en nuestra especie el predominio del lado derecho? Durante una gran parte de nuestra evolución, hemos habitado en cuevas que han estado orientadas al sur. Esta orientación maximiza la luz y el calor que entran a la cueva. La salida de la cueva por la mañana, para empezar la jornada de búsqueda de alimentos, suponía pasar de la penumbra al pleno sol, y eso puede deslumbrar. El sol sale por el este, y la mejor manera de evitar su resplandor es usar la mano izquierda a modo de visera. Esta primera salida al exterior no estaba exenta de riesgos. Podían estar agazapados esperando depredadores u otra tribu hostil. El ser diestro tiene una ventaja indudable. Te permite portar un arma en tu mano derecha mientras usas de visera la mano izquierda. Si eres zurdo y sueles usar el arma con tu mano izquierda, al levantar la mano izquierda para protegerte del fulgor del sol y coger el arma con la mano derecha, estás menos preparado para repeler un ataque.
A través de los siglos, la ligera ventaja de los diestros para la supervivencia los ha seleccionado poco a poco hasta terminar en la proporción que observamos hoy. Algo que se repite consistentemente en nuestra especie es que usamos un rasgo evolutivo que ya está presente y lo adaptamos a nuestra conveniencia para sacarle el mejor partido. Pero sigue teniendo la marca indeleble de la evolución, que es la que dicta el resultado final, independientemente de nuestra voluntad. El rasgo de la lateralidad es un proceso complejo codificado por una diversa batería de genes, y solo se necesitan mutaciones genéticas menores para que predomine una clase de lateralidad.
Ya explicamos detenidamente en nuestra publicación sobre Mentiras, fanatismo e Internet, que detrás de cada decisión hay una batalla en el cerebro que enfrenta al cerebro racional, lento y preciso, con el cerebro intuitivo, más rápido pero menos certero. La inmensa mayoría de las decisiones las tomamos intuitivamente, sin el retraso de ponerse a analizar pormenorizadamente cada detalle y posibilidad. La razón es que el cerebro opta siempre que puede por la mayor rapidez y economía mental. Pero esto da origen a los conocidos y estudiados sesgos cognitivos o prejuicios cognitivos.
La naturaleza intenta ahorrar recursos siempre que puede, y nuestro comportamiento cotidiano e inconsciente se basa en el cerebro intuitivo a menos que se necesite el concurso del cerebro racional. Y cada una de estas decisiones intuitivas, cada uno de los actos y comportamientos a los que dan lugar estas decisiones intuitivas, es fruto directo de nuestra evolución. Por ello podemos decir sin riesgo de equivocarnos que la mayoría de nuestro comportamiento y nuestras actuaciones están regidas por nuestra evolución más que por decisiones basadas estrictamente en nuestra razón o en la civilización.
Sigue la siguiente publicación para explorar las implicaciones de que el cerebro humano sea un producto directo de la evolución.