En las anteriores publicaciones, a las que sería muy conveniente haberse leído antes para poder entender esta publicación, fuimos exponiendo primero como la evolución juega un papel en nuestra vida cotidiana mucho mayor que el que se suele pensar. Después explicamos con todo detalle cómo gracias a estudios del registro fósil, a características exclusivas de nuestra anatomía y a diferentes estudios genéticos, que se puede perfilar una sociedad paleolítica de jerarquía patriarcal, con mayor número de mujeres adultas que varones, con un cierto grado de poligamia, con uniones duraderas entre la mujer y su varón, con implicación del varón en la crianza y el aprendizaje de su descendencia. Ahora intentaré demostrar que todas esas conductas innatas ancestrales han dejado huellas con una profundidad que no sospechábamos en nuestro comportamiento social y reproductivo.
El matrimonio es simplemente el adorno cultural y simbólico de unas conductas que han sido esculpidas por la evolución y que sólo aparentemente son un producto de la civilización. Pero en realidad es el fruto de la necesidad innata de reforzar ese vínculo duradero que surge de nuestra conducta innata y del que hablamos en la anterior publicación, y de que se vea reforzado lo máximo posible, y lo conseguimos a través de testigos. En un rito público, la mujer formaliza el compromiso de protección del varón y el varón formaliza la exclusividad de la futura descendencia. Es un pacto que se basa en nuestra psicología innata. Este tipo de ceremonias han surgido espontáneamente en todas las sociedades conocidas, ya que subyacen dentro de nuestra naturaleza y nuestro instinto. Se pueden ver ceremonias de este tipo en las sociedades primitivas anteriores o actuales, incluidas las que se basan en una poligamia estricta.
Todo lo que traicione o rompa este vínculo, esté ritualizado o no, pondría en riesgo la línea genética. La línea genética es muy importante en todos los mamíferos. Los progenitores lucharán a muerte con un depredador para proteger a su prole, incluso aunque ello signifique su propia muerte. La primitiva poligamia hace que la ruptura de este vínculo sea muy diferente desde el punto de vista de la mujer y el varón. Para la mujer no se rompe la línea genética: sea el varón que sea, sus hijos conservarán su línea genética. Desde el punto de vista del varón paleolítico, la infidelidad pondría en peligro su línea genética, y la destrucción del vínculo supondría la destrucción de su inversión genética. Dado que en la sociedad prehistórica la jerarquía era estrictamente patriarcal, y que durante millones de años el modo de solucionar los conflictos para el varón había sido la solución violenta, es de suponer que estas conductas de traición o ruptura del vínculo no se solucionarían hablando.
Da igual que ahora esto nos parezca primitivo, bárbaro, injusto o una conducta execrable. Se trata de descubrir y revelar la verdad que se presente ante nuestra razón. Lo que hay que sopesar es: Si el matrimonio es la mera ritualización de una conducta totalmente innata, hay que considerar si no puede ser también el juicio y el castigo público de los adúlteros la mera ritualización de una conducta también completamente innata. No tenemos ni siquiera que bucear en la historia para ver casos de condenas más o menos duras a adúlteros, está presente en las legislaciones de muchísimas naciones de hoy en día.
En la siguiente publicación intentaré exponer cómo la Evolución siguió influyendo en las conductas de las sociedades del Neolítico y la Antigüedad, y como intentamos adaptar los comportamientos innatos a las nuevas circunstancias.