En anteriores publicaciones pusimos ejemplos mostrando el peso insopechado de la evolución en nuestra vida diaria. En la publicación previa intentamos explicar que nuestro cerebro es fruto directo de la evolución y, por lo tanto, nuestro comportamiento y actitudes tambien lo podrían ser. A partir de ésta y las siguientes publicaciones intentaremos demostrar que muchos aspectos nuestro comportamiento social y reproductivo se basan en ese acervo genético y evolutivo.
Hay muchos comportamientos en nuestra sociedad ‘civilizada’ que se basan en nuestra herencia evolutiva. Pero hay dos campos donde sospecharíamos menos que estuvieran tan afectados: Nuestro comportamiento social y nuestro comportamiento reproductivo. No voy a ser políticamente correcto, porque lo que busco es la verdad. Echemos primero un vistazo rápido a nuestros parientes. Los chimpancés tienen dimorfismo sexual, viven en grupos con machos dominantes, que compiten entre sí por el liderazgo y compiten violentamente con otros grupos por el territorio. Las hembras suelen emparejarse con varios machos cuando son fértiles, asegurándose así la protección del mayor número de machos posible. Aunque la tasa de nacimientos de ambos sexos es parecida, la violenta vida de los machos hace que haya un predominio de hembras en la edad adulta. Los roles sexuales están marcados, encargándose los machos de la caza menor y de la defensa del territorio, y las hembras se encargan en exclusiva de sacar adelante la prole. Parece una sociedad y una cultura muy lejana de la humana, ¿no es así?
Hay una especie muy relacionada con los chimpancés y posiblemente anterior, llamada bonobo, o chimpancés enanos, en los que la sociedad no es de tipo patriarcal y los conflictos dentro del grupo o entre grupos se solucionan no con la violencia, sino aplacándolos con la práctica del sexo inmediato. Los bonobos habitan junglas mucho más densas y con más recursos alimentarios que los chimpancés, lo que puede explicar menores conflictos de más fácil resolución. Dado que los homínidos emigraron a zonas no boscosas y con menos recursos alimentarios aún que los chimpancés, es lógico pensar que se han alejado un paso más del tipo de sociedad de los bonobos, hacia una sociedad aún más patriarcal y de mayor presión competitiva intergrupal.
El dimorfismo sexual es mucho más marcado en la especie humana que en los chimpancés y aún más que en los bonobos. Los varones tienen mucho más vello facial, mayor masa muscular, mayor talla y más densidad ósea, mayores capacidades para el ejercicio aeróbico. Las mujeres poseen una distribución diferente de la grasa corporal, incluidas mamas de mayor tamaño, a diferencia de las hembras chimpancés. A nivel motor, tienen mayor habilidad para la verbalización y las tareas manuales. Se observan dimorfismos incluso en las estructuras cerebrales, cuando se estudia el cerebro con diferentes técnicas de neuroimagen, lo que intentamos representar en la imagen de inicio. En el reino animal siempre se asocia el dimorfismo sexual con el reparto de roles entre los sexos y la existencia de una prevalencia jerárquica de un sexo sobre otro. Esto sucede con los machos de los primates, o con el dominio de las hembras de hiena sobre sus machos.
Que el dimorfismo sexual es más marcado en nuestra especie que en los chimpancés se pudo deber a varios factores que definieron la evolución corporal durante todo el periodo paleolítico, de una duración de unos dos millones de años. La marca evolutiva del Neolítico, que empezó hace apenas 10-5.000 años, dependiendo de la región, ha debido ser muy limitada. El dimorfismo se pudo haber ido forjando a lo largo de todas las especies del género Homo. El primer factor es que el varón se terminó especializando en la caza mayor, modificando su constitución corporal. Esta actividad fue muy intensa. Coincide siempre la llegada del Homo sapiens con la desaparición de la megafauna, lo que se denomina Extinción masiva del cuaternario. La caza mayor es violenta y peligrosa, pero procura grandes recursos alimentarios. Hay evidencias de cacerías de manadas enteras de mamuts y depósitos de carne enterrados en el permafrost para ser conservados.
En segundo lugar, la vida nómada estacional. Había que mudarse con el transcurso del año siguiendo las migraciones de las presas, y en cada estación había que volver a conquistar y defender los mejores terrenos de caza frente a grupos rivales, algo primordial para la supervivencia de la tribu. Era natural por su esquema corporal que de esto también se ocupaban los varones del paleolítico. Los chimpancés son más sedentarios y los encontronazos con grupos rivales son mucho menos numerosos que los que tendrían los hombre del paleolítico. Incluso en varios yacimientos se demuestra la existencia de canibalismo, los propios seres humanos eran la presa de sus semejantes. Como prueba de todo ello, en un estudio retrospectivo sobre el registro fósil, se evidencia una mayor frecuencia y gravedad de los traumatismos en varones frente a mujeres, sobre todo los traumatismos generados por violencia entre humanos. Por todo ello, es razonable pensar que se acentuaba mucho la mortalidad entre los varones de la prehistoria, siendo todavía más alta que en los chimpancés la proporción de hembras frente a machos en edad adulta. Ello apunta a un cierto grado de poligamia y, por consiguiente, a un mayor número de relaciones sexuales de los varones.
Sólo por razones ideológicas o políticas se podría discutir que en el paleolítico los humanos tenían una estructura jerárquica de tipo patriarcal y que las funciones del varón eran principalmente la caza mayor, la conquista y la defensa de los mejores territorios, y que las funciones de la mujer eran principalmente sacar adelante la prole, la recolección, la caza menor y, posiblemente, el mantenimiento del poblado. Este reparto de roles sigue sucediendo en las sociedades primitivas actuales o recientes, en las que sigue siendo el guerrero el encargado de velar por la seguridad del grupo, hacer la guerra y encargarse de la caza mayor o el pastoreo si conlleva cierto peligro, y la mujer suele dedicarse al cuidado de la prole y la agricultura.
Sigue la siguiente publicación para conocer las pistas que revela la Genética sobre el comportamiento social y reproductivo de los humanos del Paleotítico, para añadir a las pistas fósiles y anatómicas que hemos citado.