En la primera publicación de esta serie, pusimos ejemplos mostrando el peso insospechado de la evolución en nuestra vida diaria. En la anterior publicación, exploramos las profundas consecuencias del dimorfismo sexual en la especie humana. También aportamos pruebas del registro fósil para intentar demostrar que únicamente motivados por razones ideológicas o políticas se podría cuestionar que durante el Paleolítico los seres humanos presentaban una estructura social jerárquica de tipo patriarcal, con menor proporción de varones y cierto grado de poligamia y con división de los roles según el género. Ahora intentaremos exponer cómo hallazgos en el campo de la Genética también apoyan la teoría de que los comportamientos de las sociedades prehistóricas estuvieron condicionados por rasgos evolutivos específicamente humanos.
La genética nos da más pistas sobre otras conductas que surgirían en el paleolítico. Los machos de la mayoría de los animales luchan por hacer prevalecer sus propios genes dentro de su misma especie, incluso poniendo su vida en juego. Los leones, cuando matan a los machos residentes y conquistan una manada, también matan a las crías para que prevalezca su futura descendencia. Los machos de las aves del paraíso se juegan el poder ser descubiertos fácilmente por los depredadores, a cambio de atraer el máximo número de hembras posibles, con vistosos colores y llamativas conductas. La lógica nos hacer suponer que los grupos de varones de la edad de piedra conquistaban y defendían con su vida los mejores terreno de caza frente a sus competidores, y si podían les arrebataban la vida. También es de suponer que si podían les arrebataban sus mujeres, a las que tomaban por la fuerza, como sucedía en poblaciones humanas primitivas recientes o los antiguos indoeuropeos. Matar a las mujeres sería como perder una inversión genética.
En poblaciones actuales, los estudios de la distribución geográfica de los tipos genéticos del cromosoma Y, exclusivo masculino, frente a los estudios de la distribución geográfica de los tipos genéticos del ADN mitocondrial, que se hereda solo por línea materna, nos descubren que en el paleolítico las poblaciones de varones migraban lentamente y mantenían su linaje dentro de su territorio. Como se ve en la primera imagen de la publicación, siempre prevalece algún genotipo del cromosoma Y en las diferentes zonas del planeta, a pesar de que la especie humana en la prehistoria tenía fuertes hábitos migratorios. Mientras que en el caso de las mujeres, había un gran trasiego genético entre poblaciones y hay menores preponderancias de genotipos mitocondriales en las regiones de la tierra. Ello nos hace pensar en una sociedad durante todo el paleolítico estructurada patriarcalmente, en el que para evitar la endogamia eran las mujeres las que cambiaban de grupo, bien voluntariamente, bien arrebatadas por la fuerza.
El cromosoma Y es humano es más parecido en su estructura y genes al de los gorilas que al de los chimpancés. Este parecido se debe a que en las dos primeras especies las hembras se aparean mayoritariamente con el mismo macho. Cuando una hembra chimpancé se aparea con varios machos, aparece la competición espermática, conduciendo a cambios acelerados del cromosoma Y, que lo hace diferenciarse rápidamente de su tronco común, cosa que no ha sucedido ni en los humanos ni en los gorilas. La sociedad de los gorilas tiene una jerarquía patriarcal y poligámica muy acusada. Sabemos que en el paleolítico había un número mucho menor de varones frente a mujeres, como explicamos en una publicación anterior, por lo que se apuntala la hipótesis de una sociedad humana en el paleolítico con un cierto grado de poligamia, en el que surgían relaciones estables, mas parecida a los grupos que forman los gorilas que a los grupos que forman los chimpancés.
Todas estas especificidades en la conducta de la especie humana implicarían la adquisición de muchos rasgos evolutivos y el cambio de bastantes genes, pero estas mutaciones fueron fruto de la selección natural y contribuyeron al éxito de nuestra especie. Hay que tener en cuenta que los humanos se caracterizan por una enorme capacidad de mutación genética. Por ejemplo la aparición de la Hemoglobina S, que es una mutación de la hemoglobina más resistente a la malaria, y también la aparición de la tolerancia a la lactosa en un porcentaje de humanos adultos.
En la siguiente publicación intentaré explicar cómo hay también evidencias anatómicas que apoyan la fuerza de la evolución moldeando nuestros actos y comportamientos.