En las primeras publicaciones de esta serie, expusimos ejemplos mostrando el peso insospechado de la evolución en nuestra vida diaria y la pruebas que aportan el dimorfismo sexual para definir una sociedad en el Paleolítico de tipo patriarcal, con un cierto grado de poligamia. En la anterior publicación, exploramos cómo la Genética también apoya la teoría de que los comportamientos de las sociedades prehistóricas estuvieron condicionados por rasgos evolutivos específicamente humanos que definieron sus estructuras sociales. Ahora intentaremos aportar todas la pruebas que se pueden extraer estudiando la anatomía humana para demostrar el gran papel que juega la evolución en las conductas de las sociedades primitivas. Y esto funciona en doble sentido, nuestros comportamientos también alteran nuestra evolución y viceversa.
A las evidencias anteriores expuestas en anteriores publicaciones hay que añadirles algunas características anatómicas sexuales específicas y únicas de la especie humana, que nos hacen muy diferentes al resto de animales: Somos la única especie animal donde ocurre naturalmente el orgasmo femenino y ha desaparecido el báculo. El báculo es un hueso que se aloja en el pene de la mayoría de los mamíferos para facilitar la penetración. Los investigadores están desorientados con su ausencia y algunos lo explican como un mecanismo de selección sexual para permitir el sexo solo a los individuos en mejor estado de salud. ¿Pero por qué no existe este tipo de la selección sexual en ninguna otra especie?
Yo difiero completamente, y la explicación que le encuentro es que permitiría a las hembras poder seleccionar su pareja hasta cierto punto. Sin báculo es más difícil una relación sexual no consentida. La hembra podría elegir entre los varones disponibles su preferido, incluso aunque hubiera sido incorporada contra su voluntad al grupo. Y posiblemente primara para esta elección aquellos que tuvieran un mayor rango, y por tanto acceso a más recursos dentro del grupo, o los que fueran buenos progenitores . Los años de infancia son mucho más prolongado en el Homo sapiens, y las mujeres necesitaban una ayuda adicional para su crianza y el aprendizaje de diversas habilidades.
La contrapartida evolutiva femenina es el himen, la virginidad y el orgasmo femenino. Con las dos primeras características, el varón podía saber que la descendencia sería suya y que era la primera opción elegida por la mujer. Lo que se pretendía lograr es que esa primera unión sexual tuviera todas las señales posibles para que se pudiera formar un vínculo permanente, y así hubiera un compromiso también paterno para sacar adelante una prole que necesitaba muchos cuidados y aprender muchas técnicas de supervivencia. El orgasmo femenino ayudaría al robustecimiento de ese vínculo tan necesario, para transformarlo además en un vínculo emocional. El orgasmo femenino, que sólo en la especie humana aparece naturalmente, crea y robustece lazos emocionales en ambos sentidos entre la pareja. Nos encontramos en la sociedad primitiva con todas las condiciones para crear unos vínculos de pareja fortalecidos en una sociedad con un cierto grado de poligamia.
Todas estas especificidades de la especie humana implicarían muchos cambios genéticos, pero me parece que fueron muy necesarios para favorecer el éxito de nuestra especie. Hay que tener en cuenta que los humanos se caracterizan por una enorme capacidad de cambio genético. Ya hemos citado el enorme aumento de capacidad cerebral en apenas un millón de años. Otros ejemplos serían la disminución del vello corporal junto con la aparición de glándulas sudoríparas para facilitar la transpiración y ayudar a bajar la temperatura durante la persecución de las presas, el cambio en la pelvis femenina para facilitar el parto, etc.
En la siguiente publicación intentaré explicar como surgió el matrimonio de una ritualización de una costumbre forjada por la evolución, y como muchas más conductas sociales y reproductoras de hoy siguen estrictamente las reglas del juego que se han esculpido durante millones de años de legado evolutivo y genético.